Los egipcios empiezan a utilizar un amarillo oro, procedente de un sulfuro de arsénico denominado oropimente. Los romanos usan amarillos ocres brillantes para realizar sus frescos, como los que se conservan en Pompeya y Herculano.
En la Edad Media se empiezan a usar colores vivos como el amarillo azafrán de la India, el amarillo de granos de Persia en forma de una laca denominada stil-de-grain. El amarillo de estaño o plomo empieza a sustituir al peligroso oropimente: en el S. XIV aparecerá en el norte de Europa el mastikote o masticot, un estaño de plomo menos peligroso. En los esmaltes y lozas se usan óxidos de antimonio y de estaño.
Ya en el S. XVII, los italianos empiezan a fabricar un amarillo de antimonio de plomo denominado Amarillo de Nápoles. En el XVIII, el industrial inglés Turner consigue producir el Patent Yellow y a finales de siglo, el químico francés Vauquelin consigue un hermoso y vivo color, el amarillo de cromo, que permite por fin tener un pigmento amarillo ideal.
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