Un día La Fábrica empezó a soñar con cosas que le gustaban.
Las nubes blancas de un cielo despejado, la caja de botones que tenía su madre, las conchas enterradas en la arena de la playa, los lápices de colores que guardaba desde que era pequeña, las diminutas flores silvestres que encontraba por el campo, las princesas y monstruos de los cuentos que le regaló su hermana, los bizcochos hinchándose detrás del cristal del horno, el dibujo que le hizo su sobrino, las ramas secas que crujían debajo de sus pies al caminar, la caja con sus lazos, el musgo humedecido por las gotas de la lluvia, las libélulas que se acercaban a veces a su plantas, los libros que había leído, las berenjenas lisas que salían en el huerto de su novio, las canciones que a veces tarareaba.
Había tantas cosas que fue entonces cuando decidió hacer objetos que produjeran pompas de oxígeno para que las personas respiraran mejor.









